Toño Cisneros, ¡hasta pronto!



Por Renato Sandoval Bacigalupo

“Qué duro es, Padre mío, escribir del lado de los vientos, tan presto como estoy a maldecir y ronco para el canto. Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu Reino, si habito como un gato en una estaca rodeado por las aguas. Cómo decirle pelo al pelo / diente al diente / rabo al rabo/ y no nombrar la rata”. (A.C.)

A quien para algunos era el alto, imponente, gárrulo y altivo Toño, la penúltima vez que lo vi fue para encogerse por el asombro, callar de pronto por la sorpresa, paralizarse momentáneamente por la emoción. Fue a propósito de la inauguración del Primer Festival Internacional de Poesía de Lima (Fiplima) en abril pasado, en el Parque de la Exposición, ante más de 3500 personas que atiborraban el auditorio, que aplaudían a los poetas invitados como a megaestrellas de rock y a quienes escuchaban con profundo respeto y atención. Acompañado de Lêdo Ivo, el casi mítico vate brasileño, y flanqueado por poetas de varios países americanos y europeos, Toño, haciendo un esfuerzo para reaccionar y aclararse la garganta, empezó diciendo que nada le sorprendía más que ver en ese espacio a tanta gente congregada con la sola intención de escuchar poesía, que en su larga actuación pública nunca había tenido una audiencia tan numerosa, para terminar confesando que si él no hubiera estado ahí, no habría creído lo que sus ojos estaban viendo. Todo esto mientras los presentes lo aclamaban y le lanzaban piropos de todos los calibres que -al menos así me pareció- hicieron primero que se sonrojase y, después, que se deprimiese. Cuando acabó de leer en medio de vítores y de un larguísimo aplauso, levantó los brazos en señal de agradecimiento, tomó un poco de agua y, en vano, trató de disimular unas lágrimas que, impertinentes, empezaban a inundar sus ojos. Fue entonces cuando recordé, y entendí, la oración que encabeza estas líneas en el sentido de que al auténtico poeta como lo era él, aun en olor de multitud, no lo engañan el éxito ni las loas por más sinceras que estas sean, pues sabe que su paso por la tierra es ágil y leve, como el aroma de las flores o el salto del gato sobre la estaca.