Con-Fabulación del No. 221 al 260



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100.000 lectores semanales
Ilustraciones Blog: Fernando Maldonado

Comité Editorial Con-Fabulación

DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Mauricio Contreras, Rafael Ortega Lleras, Marcos Fabián Herrera, Maldoror, Fabio Jurado Valencia, Olga Sanmartín, Julio Jaramillo Hoyos. CONFABULADORES: Óscar Collazos, Jotamario Arbeláez, Gustavo Tatis Guerra, Mauricio Botero Montoya, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Germán Villamizar, Guillermo Bustamante Zamudio, EN EL EXTERIOR: Floriano Martins, Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses (Venezuela); Renato Sandoval (Argentina); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar, Eduardo García Aguilar (Francia); Marta L.Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros (Costa Rica).

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E D I T O R I A L

La divergencia, el pensamiento plural, la imaginación crítica, el encuentro lúcido que instaura el entendimiento, y todos los recursos inventados por la cultura para enfrentarse a los múltiples rostros de la pobreza y a los disfraces infinitos de la muerte, hoy se encuentran exiliados, arrojados a las inmediaciones. ¿Cómo participar de un festín donde el nombre de la realidad es sacrilegio, descarnado anatema y malévola irrisión?
Ante el mutismo cómplice y la tácita aceptación de una realidad inaceptable, y en la hora en la que todo debate empieza a extinguirse, apabullado por la tiranía del desprecio, que es casi peor que la de la violencia, resulta urgente fundar zonas propicias para el derroche de la libertad.
Soñamos con la alianza fecunda de la imaginación y la crítica, con la nupcias del periodismo y el pensamiento, de la verdad y la belleza: con una Con-fabulación… Porque solamente el uso ilimitado de la creatividad servirá de brújula para fundar el camino y desplazar la oscuridad reinante.
Desde este sitio convocamos al ingenio creador de los periodistas, escritores, académicos e intelectuales para que mediante el ejercicio de la escritura, despojados de cualquier oscura intención destructora, polemicemos y opinemos, y, con un alto sentido de la ética, hagamos aportes a la construcción del horizonte extraviado.

Palabras para el Apocalipsis




Cuando el 40% de la población mundial se encuentra en la miseria y en África el índice de mortalidad infantil es del 33%, cuando en Zambia y Zimbawe la esperanza de vida es tan solo de 42 años mientras en Botswana el 24% de la población padece de sida según los más recientes datos del PRB (Population Reference Bureau), tenemos que afirmar que el fin del mundo ya ocurrió y que sólo optimistas como los Mayas aún sueñan con un apocalipsis que se producirá según sus profecías el próximo 21 de diciembre.
Cuando hemos asistido a guerras donde toda posibilidad épica fue reemplazada por la inhumana opción del exterminio, donde incluso la abolición de la identidad que pretendieron los gobiernos más absolutistas recayó sobre nuestros huesos –como lo demostraron los serbios al triturar los restos de sus víctimas con aplanadoras, para luego mezclarlos con el patético fin de arrasar toda seña particular–; cuando los gobiernos de los países adelantados invirtieron en 2008, durante la pasada crisis financiera, 17 trillones de dólares para salvar el sistema bancario, lo que según el gran economista Manfred Max-Neef habría bastado para eliminar el hambre en el mundo durante 600 años, y cuando países como Colombia y México sufren una violencia incontenible producto de la prohibición de la droga, que en forma paradójica ya empieza a ser legalizada en Estados Unidos, no es posible seguir sosteniendo con nuestra característica arrogancia científica, que el poder visionario de esa cultura que predijo los eclipses que sucederían durante el siguiente milenio haya fracasado.
Cuando los fundamentalismos cruentos y las tasas enormes de desempleo aumentan, cuando el recalentamiento global emerge ante la indolencia de los países desarrollados que son los que más contaminan, y cuando la discriminación y la desigualdad económica es cada día más rampante, no podemos afirmar que el pueblo que concibió el Popol Vuh, construyó el maravilloso observatorio de Chichén Itzá y adoraba a Kukulkán, estuviese equivocado.
Cuando debido al desenfreno tecnológico hemos presenciado durante las últimas décadas la aparición del alienígena oriundo del ciberespacio, de aquella creatura que ya reina entre nosotros multiplicando nuestra soledad, y cuando hemos comprobado que todos los inventos que hacemos para liberarnos terminan esclavizándonos, no es prudente desconfiar de una sabia civilización que construyó un calendario más exacto que el actual y que si no inventó la rueda –como lo critican con soberbia los adalides del progreso–, fue tan solo porque en la selva esa herramienta les era innecesaria.
Cuando padecemos la temeraria fragmentación del mundo y defendemos algunas especies animales aunque no nos interese salvar a las 3.000 millones de personas que viven en el sobresalto de la miseria en los países subdesarrollados, cuando el arte fue reducido a entretenimiento y advertimos que el lenguaje se encuentra amenazado por un dialecto planetario impuesto por la Internet, donde algunas de sus palabras comienzan a agonizar, y con ellas varios de nuestros pensamientos; y cuando el lector tradicional es también un ser en peligro, porque las nuevas tecnologías lo condenan a un constante asedio de mensajes inútiles y noticias fantasmagóricas por la Red; es decir cuando vivimos la consagración de lo efímero y somos incapaces de inventar textos o imágenes que puedan producir memoria, debemos recordar que las profecías mayas no podrán todavía ser impugnadas.
¡Feliz apocalipsis!

Cuento de Navidad



Como un homenaje al genio norteamericano recientemente desaparecido, publicamos este texto para celebrar con todos nuestros millares de confabulados esta navidad 2012. Y si lo permiten los Mayas el 14 de enero volveremos a nuestro escenario semanal en la Red.

Ray Bradbury

El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando éstos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
–¿Qué haremos?
–Nada, ¿qué podemos hacer?
–¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
–Ya se me ocurrirá algo –dijo el padre.
–¿Qué...? –preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
–Quiero mirar por el ojo de buey.
–Todavía no –dijo el padre–. Más tarde.
–Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
–Espera un poco –dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
–Hijo mío –dijo–, dentro de media hora será Navidad.
La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
–Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.
–Sí, sí. todo eso y mucho más –dijo el padre.
–Pero... –empezó a decir la madre.
–Sí –dijo el padre–. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
–Ya es casi la hora.
–¿Puedo tener un reloj? –preguntó el niño.
Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
–¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
–Ven, vamos a verlo –dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
–No entiendo.
–Ya lo entenderás –dijo el padre–. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
–Entra, hijo.
–Está oscuro.
–No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
–Feliz Navidad, hijo –dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

Almenas del tiempo - Edgar Lee Masters



Por Hernán Vargascarreño

La Antología de Spoon Riverconsta de doscientos cuarenta y cuatro poemas en verso libre, descritos como “menos que poesía y más que prosa” en palabras del propio autor.

Edgar Lee Masters imagina un pueblo, recrea nombres ficticios, se instala en el cementerio de Spoon River, y utilizando los monólogos de sus habitantes inscritos en cada una de sus lápidas, nos brinda una semblanza de la sociedad pueblerina del medio oeste norteamericano. Cada epitafio se convierte en un pretexto irónico que revela la verdadera vida de cada uno de los parroquianos. Los valores y anti–valores de la sociedad van quedando expuestos ante el lector con un realismo que sobrecoge, enternece o nos produce hilaridad. A medida que se avanza en la lectura van apareciendo fracasados y vencedores: negociantes, jueces, ladrones, prostitutas, soldados, maestros, esposas, obreros: todo un grupo social y familiar que después de muertos relatan sin tapujos la esencia de su paso por la vida.
Los epitafios adquieren más relevancia si se leen en su totalidad, pues algunos son respuestas a otros precedentes, de manera tal que el lector puede enlazar situaciones, identificar parejas, tomar partido por un personaje o anteponer sus puntos de vista ante un hecho sucedido. Las confesiones de los personajes ya muertos revelan con una gran dosis de ironía y patetismo el desmoronamiento familiar, las prácticas religiosas, los modelos educativos, los vicios de los sistemas político y económico, la fragilidad de la justicia, en fin, la naturaleza del ser humano, utilizando para ello meditaciones filosóficas que, alternadas con suicidios, asesinatos, fraudes e injusticias, elaboran un marco transparente de la vida pública y privada de la sociedad norteamericana en la que le corresponde vivir a Lee Masters. Cumplió así el autor con la ya legendaria sentencia de que quien describe su aldea describe el mundo. Por supuesto, hay que entender el hecho de que los conciudadanos de Lee Masters lo criticaran duramente y menospreciaran su poesía por haber revelado las pequeñas y grandes vicisitudes de su propia comunidad, lo que no impidió que con el paso del tiempo su obra cobrara cada vez más relevancia dentro del panorama poético nacional y mundial.

Ya sea para enfatizar o ridiculizar, hay que establecer que muchos de los nombres o apellidos que dan título a los poemas prefiguran un juego idiomático en lengua inglesa, lo que adelanta en algo el contenido de los mismos para quien los pueda leer en su lengua original, motivo principal por lo cual esta segunda edición se presenta en formato bilingüe.

Bajo el título Almenas del tiempoqueda en manos de los lectores de lengua castellana la presente selección de Spoon River Anthology –la cual contiene sus primeros ciento veintidós poemas– de este maestro de la poesía norteamericana, de quien Ezra Pound expresara: “Al fin América ha descubierto un poeta”.
Aquí dos poemas de Edgar Lee Masters.


ROBERT FULTON TANNER

Si un hombre pudiera morder la gigantesca mano
que lo apresa y lo aniquila
–como fui mordido por una rata un día
en mi ferretería, mientras demostraba cómo
funcionaba mi ratonera patentada–
Pero un hombre nunca puede vengarse
del monstruoso ogro de la Vida.
Entras a la habitación –es decir, naces;
y luego debes vivir –encontrarte a ti mismo.
!Ajá¡ la carnada que ansías está a la vista:
una mujer adinerada con la que anhelas casarte;
prestigio, posición y poder en la vida.
Pero hay que trabajar y vencer dificultades.
!Ah, sí¡ los hilos que aseguran la carnada.
Al fin entras, pero escuchas pasos:
el ogro, la Vida, entra a la habitación
(estaba esperando y escuchó el sonido del pestillo)
para verte picar el enorme queso;
te mira fijamente con sus ojos centelleantes,
te aterroriza, se ríe de ti, se burla y te maldice
mientras recorres la ratonera de arriba a abajo
hasta que tu propia desgracia te destroce.


TRAINOR, EL FARMACEUTA

Solo el farmaceuta puede saber,
y no siempre,
lo que resulta al mezclar
líquidos y sólidos.
¿Y quién puede saber
cómo actuarán entre sí hombres y mujeres,
o qué niños vendrán de su unión?
Existió un Benjamín Pantier y su esposa,
buenos en sí mismos, pero perversos uno al otro:
él, oxígeno; ella, hidrógeno;
y su hijo, un fuego devastador.
Yo, Trainor, el farmaceuta,
conocedor de sustancias químicas,
acabé conmigo mientras hacía un experimento;
y aún era soltero.


Almenas del tiempo –Selección de poemas de la Antología de Spoon River– de Edgar Lee Masters. Edición bilingüe – Traductor: Hernán Vargascarreño. Ediciones Exilio, Bogotá–Santa Marta, 2012. 172 páginas

POP PORN de María Paz Ruiz Gil



En Bogotá se llevará a cabo el lanzamiento de un pequeño libro que dejará impronta en los días por venir. Claro está, si la profecía del fin del mundo interpretada por algunos fanáticos, no se cumple.  Se trata de” Pop Porn” la colección de micro relatos eróticos de la notable escritora María Paz Ruíz Gil. Su carrera en ascenso se ha desarrollado en España en los últimos diez años con visitas a  Bogotá para eventos como el lanzamiento en la pasada feria del libro de su última novela: Soledad, una Colombiana en Madrid. 
Los micro relatos que configuran el libro “Pop Porn”, hacen parte de su producción reciente y plantean un erotismo sin tapujos materializado  en lo que  Gilles Deleuze  llamó  “pornología”, el nivel superior del lenguaje  en el cual lo descriptivo no es el fin en sí , sino un  recurso para reflejar lo intangible, el deseo y la muerte. Con edición y presentación de Fernando Guinard, fundador y director  del  M.A.R.E.A, Museo de Arte Erótico Americano, prólogo del poeta Álvaro Marín e ilustraciones de Maldoror, el formato del libro está concebido para circular de mano en mano y de bolsillo en bolsillo a la manera de algunos textos apócrifos o de algunos libelos de épocas pasadas sometidos al escrutinio  de la censura y de  los enemigos de la libertad de expresión.
El evento será el próximo viernes 21 de diciembre en la sede de  Author´S  Bookstore de la calle 70 n° 5-23, a partir de las 5 p.m. La escritora María Paz Ruíz, el editor Fernando Guinard, el Poeta Álvaro Marín y el ilustrador Maldoror, harán la presentación y una breve charla en la sede de la librería. 

Estéticas del Siglo XX


Ediciones Desde Abajo, 2012.
Carlos Fajardo Fajardo: Director y compilador

 Esta colección reúne una serie de textos escritos por los más representativos pensadores y creadores del Siglo XX. Su propósito es la divulgación de las múltiples reflexiones que, sobre el hecho artístico, se han producido en los dos últimos siglos. Cada título cuenta con un estudio introductorio, escrito por un experto en el respectivo tema.
Tanto la calidad de los autores, como la amplitud de las temáticas, dan a la colección una gran fortaleza y riqueza teórica, lo que posibilita acercar al gran público a las fuentes y conceptos fundamentales sobre las prácticas artísticas desde las primeras vanguardias del pasado siglo, hasta los procesos de formación de nuevas categorías estéticas y de sensibilidades manifiestas en el presente. 
El segundo tomo compila las reflexiones de algunos de los más destacados filósofos y escritores que consagraron su vida y su obra a cifrar y a descifrar los procesos de la estética y del arte en medio de las crisis económico–políticas, sociales y culturales del pasado siglo, tanto en Europa como en Latinoamérica. 

Cartas de los Lectores No. 260 - Dic. 17 de 2012


JOSÉ LUIS CUEVAS. Jugosa y feliz la entrevista a José Luis Cuevas. ¿Cuántas Nochebuenas habrá tenido Botero con los precios de sus cuadros y esculturas?  Bien sabemos que dicho trabajo se apoya, en su etapa inicial, en un amplio conocimiento de la estética; pero no lo exime en la actualidad de un influjo comercial sin atenuantes. Gracias por el buen trabajo que realizan. ¡Feliz navidad a todos los Con -fabulados del mundo. Yezid Morales.
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ENTREVISTA CON CUEVAS. Hemos disfrutado leyendo la excelente entrevista con Cuevas. Gracias Con-Fabulación. Eduardo Esparza, artista colombiano
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INTELIGENCIAS CRIOLLAS.  Como dice el señor Díaz a propósito de la Inteligencia vial de Pirry, parece que ese mal de la “Inteligencia” viene alcanzando rápidamente a todos nuestros políticos. Un claro ejemplo de ello es ahora Petro, con sus caóticos decretos de hacer y des-hacer a diario, lanzando improvisadas fórmulas que solo van en detrimento de esta pobre y desprestigiada ciudad. Raquel Figueroa M.
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BERTOLT BRECHT.  Qué bueno que ustedes siempre ponen en escena a grandes y olvidados poetas universales. Tal el caso del poema publicado de Brecht en la excelente traducción de Eduardo Gómez. Sí, es verdad: ¿Qué tiempos son estos/ en los que una conversación sobre árboles es casi un delito/ porque incluye un callar sobre tantos crímenes? Una vez más: gracias con-fabulados! Hilda Araújo.
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EJEMPLO PERIODÍSTICO.Definitivamente ustedes son la luz literaria que nos Ilumina. Por favor: nunca se apaguen. Arturo Arcángel
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ARMANDO VILLEGAS. Soy docente de Lengua y Literatura Francesa de la Universidad de La Salle. Les escribo para notificarles mi plena satisfacción que por 3 o 4 años –no estoy muy seguro–, he sentido al leerles y al enterarme de cosas muy importantes, de corazón gracias. Agradezco las palabras de Armando Villegas y su artículo sobre el ser "Maestro", realmente impactante y muy nutritivo para el ejercicio docente. Un saludo enorme. Felices fiestas. Felipe Moreno
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DE UN PINTOR MEXICANO.Soy un pintor mexicano del Distrito Federal y gracias a la magia de la Internet leí la antológica entrevista con José Luis Cuevas publicada en el número anterior de Con-Fabulación. Grandes preguntas, grandes respuestas y una recreación muy divertida y profunda del acontecimiento. Pedro Atuesta
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Entrevista con José Luis Cuevas



Con-Fabulación entrevista a José Luis Cuevas (México D.F., 1934), polémico dibujante, pintor, escultor y grabador, que en su extensa carrera ha obtenido los siguientes reconocimientos: Primer Premio Internacional de Dibujo (Bienal de São Paulo, 1959); Primer Premio Internacional de Grabado (Nueva Delhi, 1968); Premio Nacional de Bellas Artes (México, 1981); Premio Internacional del Consejo Mundial del Grabado (San Francisco, 1984); Orden de Caballero de las Artes y de las Letras (República Francesa, 1991).
Cuevas reflexiona sobre su iniciación, sus ritos de paso, sus crudas obsesiones creativas, y su aproximación vital a personajes como Warhol, Chagall y Ezra Pound.
Aquí un homenaje a uno de los más influyentes artistas latinoamericanos de las últimas décadas.

Por Gonzalo Márquez Cristo
Con la colaboración especial de Amparo Osorio


Hacía calor en la Ciudad de México. Eran las dos y media de la tarde y el encuentro se había pactado para las cuatro. Sin tiempo para almorzar debíamos desplazarnos desde el Zócalo hasta la Colonia San Ángel postergando sin esperanza la mágica sopa de flor de calabazas indefinidamente. Aunque lo sensato era ir en Metro tomaríamos un taxi para ultimar detalles del reportaje con comodidad, sabiendo que por ser viernes sería caótico el largo recorrido.

Frente al hotel Majestic esperamos durante quince infructuosos minutos, hasta que finalmente un pintoresco conductor accedió a llevarnos por el precio reglamentario. “Tenemos prisa”, dijimos con ímpetu, “la cita es a las 4”. “Estamos lejos y probablemente nunca lleguemos”, respondió secamente aquel hombre que parecía una escultura tolteca, y aunque sus palabras nos preocuparon ya no teníamos alternativa.

El tráfico era demencial. Por el camino repasábamos la vida de Cuevas, evocábamos la fuerza de sus dibujos, sus grandes escándalos, su relación con la literatura y sus más difundidas controversias. “¿Tienen cita con el pintor?”, preguntó el hombre sin cuello, después de escucharnos con atención durante varias cuadras. Asentimos. Reparamos en su aspecto, en su bigote descuidado, en sus ojos redondos que nos espiaban por el retrovisor. Luego comentó: “Conozco las mejores rutas para ir allí, pero esta ciudad parece endemoniada”. 

El auto salía de un embotellamiento para entrar en otro, sabíamos que Cuevas tenía una cita posterior a la nuestra con el poeta catalán Ramón Xirau (afincado en México desde hacía siete décadas), y nuestro plan era conversar el mayor tiempo posible.

“¿Por qué entrevistan a ese hombre, si aquí hay numerosos artistas de mayor calidad?”, intervino nuevamente el conductor. Comenzamos a exasperarnos. Nos fastidió su intromisión que obstaculizaba la preparación del cuestionario y escindía el trance que siempre buscábamos durante los minutos previos al encuentro con nuestros grandes personajes periodísticos. 

“Nos parece uno de los colosos de la plástica, por eso”, respondimos al fin con un matiz pendenciero.

“Lo único colosal que él tiene es su personalidad y la Giganta que hay en su museo del centro. Aunque en verdad esa escultura le quedó muy bien”, respondió el tipo categórico.
Sonreímos. “Usted dice que hay mejores artistas aquí, ¿a quiénes se refiere?”, interrogamos entonces apaciblemente.

“Conozco por lo menos a cincuenta artistas que trabajan la madera y que podrían hacer más bonitas estatuas que él, y tal vez otros cien que realizan objetos de cerámica... Cuevas cree que todos somos monstruos o locos; aunque ahora que lo pienso podría tener razón”.


“Una risa, 
Como un aullido 
Desde el fondo del tiempo 
Desde el fondo del niño 
Cada día 
José Luis dibuja nuestra herida”.


Había escrito, como tributo al pintor, Octavio Paz en su poema “Totalidad y fragmento”. El entrometido tolteca hablaba en tono irónico sin moderación pero para nuestra suerte nos acababa de regalar el comienzo del reportaje. La austeridad verbal había sido demolida y unas cuadras más adelante ya comenzábamos a interrogarlo sobre arte mexicano, sobre el agave azul y las Chivas de Guadalajara, y él opinaba con arrogancia enriqueciendo nuestro cuestionario. Y de repente replicó con tono vehemente: “José Luis se cree el mejor, ¿pero dónde quedan los mayas, o el Diego y la Frida?” 

Continuamos nuestro desvarío y minutos después, cuando la conversación comenzaba a entrar en zonas privadas, pasamos cerca a Coyoacán y nos detuvimos para proveernos de un mítico tequila. El chofer brindó con nosotros. Nos estábamos aproximando. Miramos el reloj con angustia. La plática siguió animada y poco antes de las concertadas cuatro de la tarde giramos a la derecha y entramos a la colonia San Ángel. Allí decía en una placa metálica: “Paseo Cuevas” y en la mitad de la avenida vimos con regocijo su famosa escultura los “Siameses”. 

“Llegaremos a tiempo” afirmó entonces el taxista mientras nos íbamos acercando a la casa de Cuevas, preguntando en cada esquina por la dirección, para evitar cualquier extravío en ese momento crucial. 

Minutos después, cuando ingresamos a la calle Fresnos, le gritó al celador de una de las mansiones de ese barrio adoquinado: “Amigo, ¿cuál es la casa de José Luis?”. El hombre sonrió por la irreverencia y nos hizo una señal con la mano. Pagamos atropelladamente y nos dirigimos a la puerta mientras él taxista esperaba atento. Entonces lo escuchamos decir: “Si sale a abrir le voy a pedir un autógrafo, de no ser así por favor digan que los trajo su más grande admirador”. 

“Así lo haremos”, replicamos riendo, pero como nos abrió uno de sus asistentes el hombre frustrado partió dando un pito de despedida. Nos hicieron seguir a la sala de espera; a nuestras espaldas teníamos un enorme dibujo de Cuevas, a la derecha una biblioteca y unas fotografías con pintores y escritores. Al frente una ventana radiante y otra de sus obras. La entrevista sería literalmente a contraluz. 

Muy pronto su esposa Beatriz apareció en ropa deportiva y nos ofreció café. Hablamos del poeta Marco Antonio Campos y de varios amigos comunes hasta que escuchamos los precisos pasos de Cuevas acercándose. El artista nos saludó con entusiasmo y al enterarse de que éramos colombianos empezó a contar anécdotas de Alejando Obregón y de Leonel Góngora. 

—Yo quiero más a Colombia que a México, ese país es mi patria afectiva. Supe que murió Negret y también Rayo, es una lamentable ausencia. De ambos tengo bellas obras en mi museo y especialmente recuerdos inolvidables… 

—Negret falleció a los 92; creímos que nunca moriría, en una entrevista lo comparamos con Nosferatu, no solo por su evidente semejanza, sino por su longevidad indeclinable... Omar concibió un hermoso epitafio que acompaña sus cenizas: “Aquí cayó un Rayo”. 

—Omar fue siempre principesco, irónico y lúcido. Yo una vez expuse en su museo de Roldanillo... Están muriendo todos mis amigos. Una semana antes de fallecer Carlos Fuentes vino a visitarme, lo noté muy triste, lo cual me extrañó... Su actitud me pareció premonitoria. Nos habíamos distanciado en una época, cuando él estuvo de embajador en Francia. Años después lo llamé para felicitarlo por algún premio y le dije: “Estoy peleado con el embajador, no con el escritor”, y así recobramos nuestra amistad hasta el final. Hay mucha poesía en los primeros libros de Fuentes.

El febril preludio duró cuarenta minutos y Beatriz del Carmen, advirtiendo la comunicación que se instauraba, decidió asistir sola a la reunión con Xirau diciendo que más tarde enviaría al conductor por su esposo; pero antes nos mostró la maqueta de la escultura que acabábamos de ver en la avenida y enfatizó que se llamaba Los Siameses, aludiendo a Cuevas y a ella. La miramos buscando el parecido con esa cabeza de bronce. Ella rio. Luego nos condujo por la planta baja de su maravillosa casa llevándonos a un gran ambiente donde un salvaje perro de Tamayo ladraba a la luna. 

De regreso a la primera sala nos acomodamos y esgrimimos nuestro cuestionario intensamente estudiado con el taxista y ubicamos en la mesa el celular en su función de grabación.

Cuevas nació en la Ciudad de México en 1934 y desde los cinco años dibuja sin cesar. Antes de cumplir los diez inició estudios como asistente de arte en la escuela La Esmeralda y a los catorce realizó su primera exposición en el Seminario Axiológico. 

—Mi abuelo administraba una fábrica papelera que se llamaba “Lápiz del águila”, situada en el Callejón El Triunfo, rodeada de seres marginales. Allí adquirí la obsesión por el dibujo, lo cual resulta un poco obvio, pues manchaba todo papel que encontraba a mi paso. En ese lugar viví sólo hasta los siete años, pero lo único que he hecho durante los otros setenta, es lograr que la metáfora de mi abuelo sea legítima, y que mi lápiz sea conducido por un ave de presa.

—Probablemente ya lo logró… Siguiendo con su ascendencia, su padre fue boxeador y piloto, ¿es cierto que cuando llegaba a la casa en vez de golpear o timbrar disparaba? 
—Era un ser rudo que todavía me agrada imitar. La Revolución Mexicana estaba en el aire. Cuando escribí mi biografía Gato macho recordé en numerosas ocasiones su vida tempestuosa.

—Su obsesión por los autorretratos es reconocida, pintó el primero a sus diez años… En ese ejercicio, que es más un diálogo con las fauces del tiempo, que un tributo a la vanidad de un artista, ¿ya superó el número de Egon Schiele?
—Puedo decir que hace mucho rebasé la cifra del austríaco. Pero en verdad mis retratos no privilegian mi presunción, pues como todos saben me pinto con frecuencia como un monstruo, como un enfermo o un mutilado. Todos los días hago un autorretrato frente al espejo para soltar la mano. Desde niño he pintado sin tregua mi rostro. Fui muy precoz, y a una edad temprana gané el Premio Nacional de Dibujo Infantil. Hoy me defino como autodidacta y creo que todo artista debe serlo aunque haya tenido la desgracia de pasar por la universidad, que casi siempre restringe su arte.

—Usted se toma una fotografía todos los días y posee una colección inmensa. Ha hecho exposiciones con miles de ellas donde el espectador puede advertir que estamos expuestos a la inexorable entropía…

—Poseo más de doce mil fotografías personales y tal vez lo que pretendo con ello es rendirle un homenaje al implacable dios del tiempo, o apaciguarlo al menos...

—Es evidente que no le teme al devenir pues su intención es testimoniar el paso de los días, pero sí a los escarceos de la muerte. ¿Podría hablarnos de su hipocondría?  

—Les voy a contar algo curioso: me hice fumador gracias a mi cardiólogo. Una vez mientras esperaba angustiado los resultados de un examen médico, este consumado especialista, quien como lo imaginarán murió de una enfermedad coronaria, me dijo: “¿No quiere un cigarro?” Lo miré con estupor, pero al notar su bizarría acepté su ofrecimiento, y todavía hoy a mis 78 años fumo, aunque con moderación.

Entonces se dispuso casi ritualmente a encender un cigarrillo, le dio dos pitadas y miró su lumbre con placer.

—Además de la pintura, cultiva desde muy temprano, su pasión literaria. Ha escrito ensayos, columnas periodísticas detonantes, una autobiografía polémica…

—Es cierto. De niño vivía muy cerca a una calle de prostitutas. Cuando acompañaba a mi madre yo las veía maquilladas, con ropas muy vistosas y ligeras, liberando su atracción felina. Un día acopiando coraje la interrogué: “¿Mamá, quiénes son?” Ella me respondió: “Son putas y no preguntes más”. Entonces me quedé con la duda. Llegué a la casa y busqué ese libro que contenía todas las palabras del mundo (el diccionario), y rápidamente busqué el vocablo proscrito; la definición era ramera. Entonces ansiosamente busqué ramera, la explicación era hetaira. Busqué hetaira, la respuesta era cortesana. Seguí mi búsqueda y la definición era meretriz, indagué por ésta y la analogía era prostituta, y así me quedé girando sin obtener respuesta satisfactoria. Me asombraba que una palabra pudiera tener tantos sinónimos… Luego supe que eso se debía a la moral castradora que siempre ha impulsado el cristianismo con relación a todo lo sexual. Entonces, y para precisar la respuesta, puedo asegurar que mi pasión por la literatura me viene de las putas. 

—Sabemos que ha realizado carátulas de numerosos libros…

—Yo ilustré un Pedro Páramo de Rulfo; él era un escritor tímido, un ser estupendo. Ilustré a Kafka, quien ha sido un autor muy afín a mi búsqueda. Al Divino Marqués de Sade pues estuve en el asilo de Charenton en Francia y como producto de esa visita urdí mi exposición Cuevas Charenton. También ejecuté todas las portadas de los libros de Carlos Fuentes para El círculo de Lectores de España.

—El sexo ha sido determinante en su obra y en su vida…

—Yo vivía en el barrio Donceles a mis catorce años y estudiaba Artes. Ahora pienso que había algo de ironía pues debía vivir en el barrio “Doncellas”, pero ese territorio imaginario me tocó encontrarlo en mi volcánica juventud. Recuerdo que un día de mi adolescencia mientras dibujaba, llegado el momento del descanso, la modelo no se puso la bata, que es lo usual después de posar media hora, y continuó “encuerada”, ¿se entiende esa palabra en Colombia…?

—No importa, si alguien no entiende, como en su anécdota del diccionario, que se convierta en escritor…

Cuevas riendo apagó su cigarrillo y dijo:

 —Eso es lo que me preocupa porque ya hay bastantes… Decía que la modelo permaneció desnuda y se acercó a espiar lo que yo estaba pintando, e inmediatamente  me cuestionó: “¿Así me ves de fea?”. Le respondí por reflejo: “Es que soy expresionista. ¿Por qué no te pones la bata, te puedes resfriar?”. Entonces contestó: “Es que te voy a enseñar algunas cosas”. A lo que yo ingenuamente respondí: “¿Acaso también pintas?” Ella riéndose me dijo: “No tonto, algo más importante, a hacer el amor”. Era el año 1948, hice varios retratos de mi sabia modelo; y ya han pasado varias décadas pero creo que resulté buen discípulo. 

Siguiendo con su precocidad: a sus veinte años expuso exitosamente en la Unión Panamericana en Washington con críticas muy favorables de la prensa… ¿Fue en esa época que dibujó a Ezra Pound?

—Es un acontecimiento que siempre me ha deslumbrado. Me pareció extraño que se vendiera toda la muestra allí cuando mis cuadros eran de locos, prostitutas y cadáveres… Muchos de ellos realizados en hospitales y en el manicomio de la antigua Castañeda, en México. En cuanto a Ezra Pound, le hice un retrato en su celda de hierro negro en el hospital mental de Saint Elizabeth (Washington), una tarde muy calurosa de verano, pocos años después de su terrible paso por la jaula de dos metros cuadrados, en la que se le encarceló en Italia al ser condenado por traición, debido a su programa radial donde apoyó a Mussolini. Mientras hacía mi retrato le pregunté al poeta norteamericano si tenía calor, es raro pero fue lo único que pude preguntarle, y él me respondió: “Siempre tengo frío”. Me despedí con una sensación extraña en la garganta.

—En 1955, a sus veintiún años, exhibió en la Galería Loeb de París… 

—En esa obligatoria ciudad ocurrió una de las sorpresas más hermosas de mi carrera artística. Un día el propietario de la galería que mencionan me pidió que lo visitara con urgencia. Al llegar vi que dos de mis cuadros tenían una tarjeta que decía Pablo Picasso: el nombre del comprador. Asombrado pedí detalles y Edouard me mostró el libro de visitas donde el genio había escrito: “José Luis, me dicen que eres un joven precoz, yo también lo fui y creo que tienes un gran futuro en el arte…” Intenté forzar al galerista para que me regalara la hoja, pues en verdad era mía, yo era el destinatario, era un mensaje de mi propiedad... Él se negó rotundamente y años después viendo una lista de Sotheby´s vi que ese texto lo habían rematado por una cifra cuantiosa con otros autógrafos de Picasso. Todavía me enojo al recordarlo.

—¿Cómo conoció a Chagall?

—En París hice algunos grabados en un famoso taller donde mis compañeros eran Chagall y Sabuki. El primero puso a su disposición sus sofisticadas puntas de acero. El segundo mezclaba saliva con ácido como si fuese un dragón de Comodo para obtener ciertos efectos, y yo al notar que su experiencia era interesante un día le pregunté al artista japonés: ¿Maestro, me regala su saliva? Petición que fue aceptada entre risas.

—¿Cómo fue su vínculo enigmático con Warhol?

—Siempre se me ha acusado de vanidad, pero lo que me interesa explicar aquí es que por esos caminos secretos, inexplicables del arte, yo tuve que ver en forma misteriosa con la consagración de Andy Warhol; explicaré brevemente. El judío Eugene Feldman, director de una editorial para la cual yo ilustré un libro de Kafka en Filadelfia, me hizo numerosas fotos y un día de 1957 amplió una de ellas múltiples veces y comenzó a colorearlas, y las desplegó por todo su taller. Warhol, quien lo visitaba con frecuencia y era un simple diseñador de zapatos, llegó un día y observó las fotografías con mucha atención y lo vimos partir en silencio. Años después durante una exposición en Nueva York, cené con mi amigo editor y por supuesto comentamos sobre el enorme éxito del dios del Pop Art, y para ambos fue irrefutable que su idea de Marilyn, donde aparecían imágenes de la bella actriz reproducidas en serigrafía, había surgido esa tarde en Filadelfia.

—Usted ha dicho que en el éxito de Botero también aparece su luz tutelar...

—Botero es un artista del jet-set, él no quería pintar una obra maestra sino tener un yate y es admirable que lo haya conseguido. Recuerdo que un día llegó a la habitación de mi hotel en Nueva York asombrado por el éxito de un pintor efímero llamado Bernard Bufett, quien hacía seres escuálidos, muy delgados. Yo le dije: “Fernando, si lo que quieres es ser millonario pinta gordos”. Él contuvo la respiración, luego saqueó mi botella de tinta china manchando torpemente mi cama y lo demás ya lo sabe todo el planeta.

—En 1958 escribió su manifiesto contra el muralismo mexicano en el periódico Novedades...

—Durante mis inicios el mundo del arte en México era bastante restringido. Si no eras mexicanista tenías cerradas todas las puertas. Entonces escribí una columna muy polémica llamada: “Cortina de nopal”, contra los grandes muralistas. Esto lo complementé con caricaturas de Rivera, Siqueiros y Orozco con el propósito de ridiculizarlos. En ese tiempo respetaba mucho la obra de Orozco, pero hoy creo que excluyendo los grabados de Guadalajara que son espléndidos, no era tan bueno, y pienso que sus cuadros de caballete, con algunas excepciones, son mediocres. Es bueno aclarar que ese manifiesto fue muy escandaloso y me ocasionó un veto bastante prolongado, que sólo fue roto a mis 74 años cuando al fin pude exponer en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad. Allí colgaron al fin una retrospectiva de 258 obras, y aunque estaba emocionado porque la crítica decía que se me había hecho justicia, creo que el hecho de ser un artista excluido va mucho más con mi temperamento.

—¿Por esa época, a su regreso a México, surgió el grupo Nueva Presencia?

—En realidad fue un colectivo abierto, sin dogmatismos, al que pertenecía Arnold Belkin, Francisco Icaza, Rafael Coronel y el excelente dibujante colombiano Leonel Góngora. Propendíamos por el regreso de la pintura al caballete pues estábamos hastiados del muralismo. 

—También en esa cruzada de los sesenta estaban Alberto Gironella, Pancho Corzas, Manuel Felguérez y Pedro Coronel. 

—Sí, coincidíamos en búsquedas opuestas a lo establecido y para varios de nosotros el dibujo era una religión.

—¿Por entonces comenzaba el llamado fridismo?

—La pasión por Frida Kahlo es un disparate. Todo empezó con la biografía escrita por una gringa seguida por un alud mediático, y ahora para el público normal ella parece más importante que Rivera, cuando en verdad Diego fue un artista más significativo. Al visitar los museos del mundo uno encuentra libros de Frida en tantos idiomas, que puede comprender ese enorme impacto comercial. Yo por mi parte creo que el mejor cuadro de Frida es un Rivera. Explicaré. Su obra titulada “Las dos Fridas” que todos hemos visto, realizada en 1939, donde una arteria une los dos corazones, no pudo haber sido pintada por Frida pues casi todos sus cuadros son de pequeño formato (basta revisar su iconografía), debido a sus limitaciones físicas: a que pintaba en la cama. Y esta excelente pieza mide 1,7 x 1,7 metros, y cuando uno conoce los espacios reducidos de su casa advierte que ese cuadro probablemente fue pintado por Diego. A mí ya me detestan las feministas y los adalides de la cultura oficial por lo cual no me atemoriza atizar una nueva polémica desde Con-Fabulación. Por otra parte Remedios Varo me parece una artista más motivante.

—Marta Traba escribió un libro en 1965 titulado Los cuatro monstruos cardinales donde lo sitúa al lado de Bacon, De Kooning y Dubuffet, representantes de una neofiguración, que trabajaba sistemáticamente al ser humano vulnerado… 

—La brillante crítica argentina alentó mucho mi obra, varias veces dijo que era un dibujante incomparable y en ese libro me hizo sin duda un reconocimiento inmerecido. Ponerme a mí en ese momento de mi juventud al lado de esos tres admirables monstruos cardinales… Aún no salgo de la perplejidad. 

—¿Conoció a Francis Bacon?

—Estuve en el asqueroso estudio de Bacon en Tánger, en Marruecos. Aunque ya se conocía su gloria no era tan inaccesible como lo fue posteriormente. Cuando lo saludé me dijo: “México es un país maravilloso”. Le respondí: “Claro, la obra de Henry Moore surge de nuestro Chac Mool, de Chichén Itzá, de esa maravillosa escultura que usaban nuestros ancestros para sus sacrificios”. Pero Bacon me interrumpió en forma cortante: “No me refiero a eso tan pueril, me han dicho que en su país abunda la homosexualidad, lo demás son consideraciones estéticas sin importancia”. No lo olvidaré. Había lienzos en el piso, estuve a punto de estropear un cuadro al salir y por poco meto el pie en uno de sus botes de pintura.

—Usted fue pionero en México de muchas manifestaciones controversiales de la contemporaneidad, pero al mismo tiempo es un crítico feroz del Arte Conceptual…

—Realicé el “Mural efímero” en 1967 en la Zona Rosa de la Ciudad de México, una obra hecha para durar tan solo un mes, como protesta contra los artistas que piensan que sus creaciones merecen la eternidad. Era una propuesta filosófica necesaria. El evento fue registrado por todos los medios y puede incluso verse actualmente por Internet. Luego, en el tercer aniversario de mi museo, dupliqué la Gigante de ocho metros de altura y ocho toneladas de peso que recibe a los visitantes; la hice como escultura inflable y del mismo color de la original de bronce; recuerdo que durante la ceremonia inaugural la gente miraba fascinada esa clonación artística. En esa ocasión se me ocurrió también hacer una serpiente con fotos donde aparecía realizando diversas actividades, y la extendí con el fin de que recorriera todas las salas del museo; en aquellos retratos se me veía incluso representando escenas eróticas con algunas modelos, imágenes que fueron rápidamente sustraídas por la gente. Cuando hacía un happening o una instalación, el público se apropiaba de aquellas ideas, que tenían un sentido, una fuerza estética o política. No había facilismo ni obviedad. Hoy puedo asegurar que el llamado Arte Conceptual es una estafa.

—Usted una vez afirmó que la creación artística, en su esencia, debe reñir con el poder, ¿todavía cree eso?

—El artista testimonia su paso por la Tierra y eso a veces se convierte en denuncia. Yo protesté contra la Guerra del Vietnam en forma beligerante y creo que eso tenía sentido, pero lo que hacen las nuevas generaciones, constituidas por seres engreídos y egoístas, es otra cosa. Para ellos yo soy simplemente un pintor “moderno” (es decir arcaico), mientras que los integrantes de estas vanguardias inhumanas son artistas “contemporáneos”. ¿Y qué entienden ellos por eso? Esencialmente que ser contemporáneo es no reconocer el pasado y su objetivo es realizar obras estúpidamente fáciles, que sean entendidas por todo el mundo, y que logren escandalizar a las señoras. O simplemente que diviertan a los vacíos adolescentes, lo cual es una desgracia. 

Eran las siete y media de la tarde, habíamos conversado durante más de tres horas, y entonces presenciamos la aparición del conductor enviado por su esposa Beatriz. Entendimos el signo radical. Intercambiamos algunos catálogos de sus últimas exposiciones por nuestros libros y después de los mutuos autógrafos nos aprestamos para despedirnos. 
Caminamos por callecitas sombrías de San Ángel hasta llegar al Paseo y posteriormente a la escultura Los Siameses; ya comenzaba el crepúsculo. Sentimos la urgencia de un tequila e intentábamos sin suerte parar un taxi, hasta que después de algunos minutos uno se detuvo. Nos subimos. Hablábamos con hilaridad y reconstruíamos fragmentos de la entrevista. Cuadras más adelante, detenidos por un semáforo en rojo, el conductor se volteó para mirar los libros del artista que hojeábamos sin cesar. 

—¿Vienen de la casa de Cuevas? —preguntó.



(México D.F., octubre 26 de 2012)