Café negro con dos de azúcar


 Novela de Arturo Rueda Eraso
Por Cecilia Caicedo Jurado
Es una novela redonda, tiene coherencia, es sólida, no se pierde en la estructura, apunta la historia como totalidad. En cuanto a los niveles de escritura: estilo propio, el narrador sabe a qué le apunta, los ojos de ese narrador (extradiegético, dirían los entendidos) se mueven vertiginosamente. Desde el eje argumentativo, relación con la bella, se permite salir a observar su realidad circundante: las pirámides, los cultivos de palma, la exótica belleza de la playa, las gentes lugareñas con sus provocantes sonrisas o sus nalgas descomunales. Y el narcotráfico, la muerte y la sangre, la violencia económica y todas las formas de escalamiento de esa cultura del ascenso y el arribismo monetarista que marca la cultura dominante. Pero y a este tenor, hay que advertir que la novela va más allá, no se queda en la lectura anecdótica del traqueteo, por eso el narrador acude a la lectura política del presente. Del presidente “paisa” como lo designan al manejo de las relaciones internacionales con los dos países vecinos, en especial con el Ecuador, que por su cercanía, golpea de manera directa las relaciones locales de los dos países, digo fronterizas. Me gusta desde el manejo de lo tópico y particular, la fuerza que tiene lo erótico, la sensibilidad y la piel que hay en la novela. Definitivamente sus páginas magistrales son las del monólogo de Bellaurora. “Si pudiera hablarle claramente. Pero no sabrá nunca mi pasado no se lo diré ni en bogotano ni en caleño…” A partir de allí y durante dos o tres páginas más, resuelve ir por una narración vigorosa, sin signos de puntuación, como todo fluir de conciencia. La mujer revisa su pasado, sus siete años, sus hermanos, su madre y el violento marido, etc. Como me gustan esas páginas. Y ahí es donde aparece la fuerza del literato, con mayor soltura, con pasión por la palabra, con el vértigo y la velocidad de la acción interior y auténtica. En su lectura y esto sí es a modo personal, me sentí en un Pasto particularmente amado, la escena de la treintona que quiere “echar a volar su virginidad” es simpática y dolorosa, esa se puede profundizar, por aquello de los estigmas religiosos y culturales tan nuestros y tan terribles. Leída de un tirón, de una sola sentada, lo que significa que atrapa al lector.