Juan Filloy: Una extraña criatura literaria

Por José Luis Díaz-Granados*
El 15 de julio del 2000, falleció a la edad de 106 años, mientras dormía la siesta, el escritor argentino Juan Filloy, una de las más extrañas y controvertidas criaturas de mundo literario latinoamericano, tanto por su quehacer desigual en una ficción sin antecedentes notorios, como en las temáticas y estructuras maniáticas de sus obras.
Al morir, los críticos de su país lo señalaron como “un escritor de rara estirpe, con algunos pocos pero muy fervientes y devotos lectores”.
Filloy había nacido en Córdoba el 1º. de agosto de 1894. Hijo de padre español y madre francesa, se desempeñó desde muy joven en diversos oficios como el de ayudante en los negocios generales de su progenitor, junto con sus seis hermanos, y dibujante, caricaturista, crítico teatral y periodista. Respecto a este último trabajo, estuvo vinculado a El Pueblo, publicando diariamente un artículo sobre temas de actualidad, durante un período de sesenta años.
Se graduó de abogado y llegó a ser magistrado en los años 40 y aunque nunca practicó deporte alguno, Filloy fundó el muy conocido Club Talleres de Córdoba, de fútbol. También creó el Museo de Bellas Artes de Río Cuarto, ciudad cordobesa situada en los límites entre la sierra y la pampa.
Filloy escribió infinidad de libros. En casi todos desafía las fronteras entre los géneros literarios: las novelas  suelen convertirse en reflexiones que terminan desgarradas por el orden o el desorden de las palabras. En ocasiones son cuentos que se van alargando o epopeyas que se desfiguran y se tornan prosas líricas y monólogos herméticos. Es posible que a Filloy no le importara mucho el concepto de sus lectores ni mucho menos el de sus críticos.
Era un gran aficionado a los juegos de palabras, especialmente a los palíndromos, aquellos ejercicios divertidos que comienzan exactamente donde terminan y culminan con la misma palabra con que nacen. Valga un ejemplo: Salta Lenin el atlas.
Los títulos de sus libros tenían siempre siete letras y abarcaron la totalidad de los signos del abecedario, de la A a la Z. Citemos en riguroso orden alfabético algunos de ellas:
Ambular, Balumba, Caterva, Churque, Don Juan, Elegías, Finesse, Gentuza, Homesun, Ignitus, Jjasond, Karcino, Lambigú, Llovizna, Mujeres, Nepente, Ñampilm, Op Oloop, Periplo, Quolibe, Recital, Sexamor, Tanatos, Usaland, Vil & Vil, Yo yo y yo, Xinglar y Zodíaco.
En 1939 suspendió bruscamente la publicación de sus novelas cuando iba por la letra F y se mantuvo treinta años sin ofrecerle a sus lectores libro alguno. Sin embargo, no dejó de escribir un solo día como lo atestigua su columna cotidiana en el periódico El Pueblo. En 1967 reanudó su producción novelística.
Filloy publicó la mayoría de sus obras mediante ediciones privadas de escasa circulación, por lo cual fue forjando una reputación de escritor sui géneris, incluso de exótico y extravagante. Autores allegados a él señalan que novelas como Op Oloop (1932) y ¡Estafen! (1934) y libros de poemas como Balumba editado inicialmente en 1933, lograron la revalorización de los rasgos vanguardistas de una literatura que en cierta forma anticipa la narrativa de escritores como Leopoldo Marechal y Julio Cortázar.
Algún crítico declaró al momento de su muerte: “Su imperturbable residencia en Córdoba y la posición marginal que ocupa una escritura a veces inclasificable y singular, han hecho de Filloy una figura excéntrica pero exenta de devotos lectores”.
El mismo Filloy declaró poco antes de su muerte que gran parte de su escritura permanecía inédita, la cual estaba conformada por casi veinte libros entre novelas y prosas poéticas.
En general la obra de este autor, quien se ha convertido en uno de los más notorios enigmas literarios de América Latina, permanece desconocida. Son más de cincuenta libros, rodeados por un enorme desprecio del público y la crítica y en los cuales prevalece una ambigüedad entre lo lírico y lo cómico, donde siempre están presentes temas como el de la justicia, el hombre ante el problema del mal, la fobia antiporteña y una perenne adicción hacia el mundo de las prostitutas.
En su novela Caterva escribe perlas como las siguientes:
“Hacía un calor raro. El asfalto guardaba la insolación del día. La tormenta inminente soltaba su red de sombras. Calor húmedo, impregnante. Calor de colores nocturnos, con todo el color de los calores meridianos. Los cascarudos invadieron todo. La concurrencia desarticuló su compostura en ademanes y contorsiones violentas. Restallaba el fastidio por doquiera. Intervino el propietario del bar. Movilizó los lavacopas. Escobazos y pisotones. El asedio cesó en parte. Pero, a poco, el instinto estratega de los cascarudos volvió sobre sus pasos. Y, aún diezmados, incursionaron parajes en donde no es posible la vigilancia ajena... Sólo Katanga permaneció tranquilo.  Observándoles. Espantándolos serenamente. Exhibía un humour extraordinario. Como si la molestia de los demás promoviese en él una secreta complacencia...”.
Cuando murió, una agencia noticiosa informó que alguna revista literaria estaba ofreciendo la posibilidad de  dar a conocer un texto inédito escrito a los 105 años por este autor peculiar, enigmático y semiclandestino, “citado por Cortázar en Rayuela, y quien construyó un mito literario que todavía representa un enigma”.

*José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, 1946), poeta, novelista y periodista cultural. Su novela Las puertas del infierno (1985), fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. Su poesía se halla reunida en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).