El usufructo indebido de la gloria ajena



Por José Chalarca*

En estos días de fervor deportivo acrecido al calor de la llama olímpica que preside los juegos orbitales en su edición 2012 en Londres, Colombia entera vuelve sus ojos complacidos a los deportistas que ganan medallas, los reconoce como suyos, exalta su valor y sus virtudes competitivas y los mete presurosa bajo los pliegues de su manto encubridor.
Todos los vemos en el podio del triunfo pero muy pocos, casi nadie, nos preguntamos cómo llegaron allí y a qué costo han obtenido sus preseas. En la embriaguez desorbitada de los medios se les hace entrevistas y, para mayor efectismo, se lleva al espectador a los sitios de donde proceden que en el 99 % de los casos, son los estratos más populares de la población urbana donde ese deportista nuestro haciéndole quite al hambre y a un cúmulo infinito de necesidades, toma pie para salir a la práctica del deporte que sus posibilidades económicas le permiten para buscar salida a su situación y de paso huir del vicio y la postración social y, si la suerte le hace el juego, salir de la pobreza y ganar alguna notoriedad.
Lo escribo porque me consta. Tuve la oportunidad de presidir una liga deportiva del Distrito Capital y con el entrenador –que es como el confesor de los practicantes de un deporte–, registramos los casos de varios muchachos que se iban a pie desde Kennedy hasta el Coliseo del Salitre porque no tenían para pagar los buses; otros que llegaban a las cinco de la tarde después de ocho horas de trabajo en la rusa, sin haber desayunado ni almorzado.
A nadie le importa eso, ni a los gobiernos ni a la sociedad civil, pero el día en que obtienen un triunfo de alguna repercusión en su disciplina, todos abrimos la boca para decir: ¡Ganamos! Oro o plata o bronce y el Presidente de la República, así la competición haya tenido lugar en la cola del mundo, llama por teléfono al deportista para felicitarlo en nombre del pueblo de Colombia y tomar posesión oficial de la medalla que deja de ser del deportista para convertirse en una joya más de las muchas que ya ornan la corona de nuestro chauvinismo.
Los gobiernos, la industria, el comercio, los medios y el público en general solo reconocen los deportes espectáculo cuya práctica y explotación reditúan jugosas ganancias económicas, incrementan el prestigio en la actividad política que se traduce en votos para acceder a los cargos públicos, elevan la sintonía de los canales de televisión y las emisoras de radio con el consecuente engrosamiento de las pautas publicitarias. Aquí están bien ubicados el futbol, el tenis, el boxeo y pare de contar. Los demás no existen sino cuando logran un triunfo competitivo.
Con un agravante: los futbolistas y los boxeadores que logran sobresalir, son contratados por la empresa deportiva internacional. Los futbolistas se van a integrar los planteles de equipos profesionales del mundo rico en donde reciben emolumentos que superan con holgura los que puedan obtener si se quedan en los equipos nacionales. Cuando hay una competencia mundial se les llama para que integren la selección nacional y estas estrellas rutilantes en otros equipos del mundo, no dan pie con bola, primero porque ya no son deportistas (sino personajes de la farándula) y luego porque tienen que cuidarse para el equipo internacional que es dueño de su pase que suele tasarse en millones de dólares.
Y a nadie le da vergüenza esta actitud perversa. Una perla más: Con ocasión del bronce olímpico obtenido por una judoca del Valle, los locutores de una conocida emisora capitalina se hicieron un ocho porque no tenían la menor idea sobre este deporte creado por el japonés Jigoro Kano a partir delo jujitsu y cuya esencia es aprovechar  la fortaleza del contrario para derribarlo y hacerle tocar el tatami con la espalda, lo que da el máximo puntaje o con el costado, acción que recibe menor puntuación.
Casi lo mismo ocurre con la literatura, la música, la plástica y todas las artes. Muchos, envueltos en el entusiasmo contagioso de las medallas olímpicas, han propuesto la creación de un Ministerio del Deporte. ¿Y para qué? ¿Para que el dinero del deporte si es que un día tiene la apropiación adecuada en el presupuesto nacional, se gaste en burocracia, en estudios y estructuración de planes y proyectos al igual que pasa en el Ministerio de Cultura?
Esta situación tiene que cambiar. El deportista, el pintor, el músico, el escritor, el artista en general, tiene que vivir de lo que hace; no es justo que tenga que desempeñar oficios que lo distraen de lo suyo para atender a la simple supervivencia.
Tengo la firme convicción de que García Márquez no hubiera logrado sus Cien años de soledad si se queda en Colombia y mucho menos el Nobel de Literatura que corona su obra de creación.   

*Narrador, ensayista y periodista colombiano