Pequeña diatriba contra Fernando Vallejo



Lectura de “El cuervo blanco”

Por Miguel Ángel Bernal

Lectura de simple lector y no de crítico literario ocasionó el presente comentario sobre último trabajo del escritor colombo-mexicano Fernando Vallejo, que se hizo en la Feria del libro de Bogotá, con bombos y platillos, en el año Cuervo que corresponde a los cien de su muerte. (n. Bogotá, 19 de septiembre de 1844 y muerto en París, el 17 de julio de 1911).
Fernando Vallejo es sin lugar a dudas un “show man”, a quien la industria editorial ha investido con la aureola de “Divo”, que despliega puestas en escena a través de su verbo inflamado, lúcido, corrosivo e irónico, asumiendo una pose contracultural e irreverente al poner sus dedos en los puntos nodales de la idiosincrasia histórica, cultural de los colombianos. Sin embargo no ha pasado de la denuncia rimbombante y la provocación estridente (tan cara a la edad de oro de los Nadaístas…); pero hasta ahora no se le ha escuchado ninguna idea realmente fuerte de salida a una situación diagnosticada por los colombianos. Podemos catalogar a Vallejo como un flamante cínico, un “Enfant terrible” de esos que los padres enseñan en las visitas con desconcertante orgullo, pero así como en Colombia tenemos los guerrilleros más viejos del mundo, nuestros niños terribles suelen tener una larga y por demás, exitosa longevidad.
El cuervo blanco objetivamente es un texto de 379 páginas, dedicado a David Antón. Es un torrente fluido de escritura sin capítulos pero que se deja leer sin mayores dificultades, pues en su interior se realizan los círculos concéntricos del zopilote sobre el cadáver de Cuervo desde el Père-lachaise de París a través de sus dos viajes de Colombia a Europa, hasta su muerte.
El autor se plantea y realiza —a su modo— un pesquisa que quiere ser muy rigurosa sobre Don Rufino José Cuervo y su entorno, pero se encuentra con insalvables obstáculos como la pérdida de un gran número de correspondencia de Cuervo a manos del sacerdote y filólogo español Pedro Fabo Campo quien “sacó de la biblioteca en calidad de préstamo el epistolario de Cuervo” (pág. 25) y no lo devolvió. Con base en las cartas preservadas (25 volúmenes publicados por el Instituto Caro y Cuervo, entre 1965 a 1998), el diario de viaje por Europa de Ángel Cuervo y demás publicaciones, revistas, esquelas, escolios y notas como la de su colega Pott, en torno a la vida y obra de Cuervo. Montañas de información con la que juega Vallejo para construir su texto informe-ensayo-diatriba, que encierra el oxímoron: “El cuervo blanco”.
Vallejo se esfuerza por desnudar los engranajes de su escritura en un simulacro de diálogo con el lector, en el que lo vemos dudar, llegar a callejones sin salida, devolverse y retomar el hilo tres hojas antes, para volver a avanzar hacia otro rumbo. Extraña uno como lector “elemental”, el placer que nos causan ciertos vuelos imaginativos que llenan vacíos, tan usuales en biógrafos clásicos como Zweig, o, para no ir tan lejos, la envolvente lectura que provocó El mensajero.
Los sobrevuelos del escritor carroñero (como todo biógrafo) se van ampliando hasta ocupar una extensa franja de la historia política y cultural del siglo XIX y comienzos del XX, todo ello salpicado, como en una conversación de cafetería con alusiones al Papa, al procurador colombiano actual Ordoñez (el Papa criollo) y sus ya conocidas diatribas contra la reproducción humana, contra los pobres, los políticos, etc. A su vez por momentos se asume como filólogo, revisa alocuciones en un diálogo con la obra de Cuervo, fundamentalmente en su trabajo “Apuntaciones críticas sobre el lenguaje Bogotano” en la emblemática edición de 1939, que heredó de su padre y con la que se inició su admiración por Cuervo. Preocupación sobre el universo del lenguaje que plasmó Vallejo en su libro inicial “LOGOI” (1983), dedicado precisamente Cuervo “cuya vida fue la pasión por el idioma”. Al respecto escribe en su Cuervo blanco: “Cuanto don Rufino proscribió en él lo proscribo yo aquí, para la eternidad, tuviera o no tuviera él razón.” (pág. 48). Por solo citar algunos ejemplos que plagan todo el texto.
En el rompecabezas que arma Vallejo hay dos planos claramente definidos: el de las notas eruditas entorno a Cuervo, sus relaciones familiares o académicas y lo que tiene que ver con el levantamiento bibliográfico estrictamente (muy positivista).
“Y en este punto paso a enumerar, en el orden en que se encaramaron a esa porquería que llaman el solio de Bolívar, tan ansiado por los bípedos colombianos, a los catorce malnacidos que se cruzaron por la vida de Don Rufino y que lo lograron: dos de ellos son sus parientes cercanos, cuatro figuran junto con él entre los fundadores de la Academia Colombiana de la Lengua, y otros tres pertenecieron luego a ella” (pág. 88), y prosigue con sus respectivos nombres, que no vienen el caso.
Y otra cara es la de Vallejo como 'opinador', sobre sus más caras obsesiones.
 “¡Qué importa! Colombia es un paisito más en un mundo en bancarrota; el español es un adefesio anglicado: y el cadáver del latín, que la iglesia de Roma mantuvo insepulto durante milenio y medio, ya por fin lo enterraron.” (pago. 27)
De otro lado refiriéndose a la canonización de los hermanos Ángel y Rufino Cuervo escribe:
“(…) Una pureza absoluta que se manifiesta en doble forma: en su rechazo a toda relación carnal que los libró de paso de la reproducción, que es monstruosa; y en su honorabilidad, que los alejó de los puestos públicos. Libres de reproducción y burocracias (los pecados máximos de esta maldita raza colombiana que nace y pare para parir más y treparse a la presidencia), los hermanos Cuervo son mis dos únicos santos.” (Pág. 34).
Al terminar la primera lectura del libro me quedo con la siguiente conclusión, tal vez injusta: la de que Fernando Vallejo no es capaz de atrapar la voz de don R.J. Cuervo. Esta era la clave, pues como lo dijo Borges:
“(…) saber cómo habla un personaje es saber quién es; descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar, es haber descubierto un destino”.
Sin embargo Fernando Vallejo nos cuenta la anécdota de que pudo escuchar una cinta magnetofónica con la voz de don R.J. Cuervo. Pero el autor parece suponer que su satisfacción personal debe ser asumida por sus lectores como hecho cumplido en ellos y eso es absurdo.
Como lector elemental, repito, este ejercicio biográfico “se fracasó”, pues como escribió Marcel Schwob: “El arte del biógrafo consiste precisamente en la selección. No tiene que preocuparse de ser exacto; su cometido es crear un caos de rasgos humanos” y Vallejo en este caso se va por las ramas de la vida de Cuervo a través de una aparente excesiva meticulosidad bibliográfica y gramática, que gira alrededor del personaje pero que no logra ‘pegarle al muñeco’. Veamos un par de ejemplos: “He aquí el primer milagro de san Rufino José Cuervo Urisarri. Los libros, cinco mil setecientos treinta y uno, verdaderas maravillas, llegaron” y “(…) Una constancia del veintidós de abril dice que el diecisiete se mandaron desde París 60 cajas en vapor Martinique. Un informe del dieciocho de mayo dice que desde la capital francesa se enviaron 28 bultos en el vapor Guadeloupe.” (pág. 24), etc. Fernando Vallejo, con una intención historicista, se vuelve prisionero de la cita. Vallejo que es un escritor docto, se da un paseo desde Plutarco (erudición), pasando por los hagiógrafos cristianos (afán de canonizar y/o excomulgar), y contra los biógrafos novelistas tipo Ludwig y Zweig. Lo que puede parecer coherente con la atmósfera intelectual de finales del siglo XIX y su apego a los datos concretos, pero que sacrifica el verdadero sentido de la biografía que como conceptuó y ejemplarizó Schwob, debe ser: “El análisis psicológico, la percepción y el ordenamiento de la máquina interna, la capacidad de distinguir dentro de ella ejes, palancas, ruedas y engranajes cada vez más delicados” (Op-cit XXV). Y es lo que deliberadamente no hace Vallejo muy en contra de sus lectores.
Empero las ventas han sido fantásticas, ya está en los estantes la segunda edición del libro y por su vinculación contractual con el conglomerado español, PRISA, Vallejo, al parecer se vio precisado a escribir su versión de la vida de R.J. Cuervo, a toda prisa (un año y cuatro meses afirmó en una entrevista. El mensajero le tomo diez años).
A modo de síntesis se queda uno con la imagen de unos criollos, de nobles apellidos del mundo señorial, de seres dotados de una excepcional inteligencia, ya para la ciencia filológica con Rufino José Cuervo, ya para el arte con el poeta José Asunción Silva, o para todo lo que tocó esa suerte de genio que fue Ezequiel Uricoechea (1834-1880), verdadero acontecimiento que nos presenta Vallejo, evidentemente más interesante que el protagonista.
Progresivamente se cierran los círculos de traslación hasta converger en el punto en el que todo comenzó: el presente literario de la tumba de Cuervo en el Père-Lachise, donde Fernando Vallejo se pinta así mismo para cerrar el libro: “Yo seguía arrodillado abajo ante la tumba, cargando con Colombia y llorando por él.” (pág. 379). Efectista final propio del lenguaje cinematográfico, en el que la cámara se va alejando y él va quedando convertido en un punto que se difumina para siempre.
Ya se habla de que Vallejo está trabajando en su siguiente libro El desastre, que muy seguramente será lanzado en la próxima Feria del Libro de México o Bogotá…