Fulgor de la calle grande


Por Patricia Lara Salive

Se trata de un monólogo interior, una novela de un solo párrafo, con una estructura similar a la de El otoño del patriarca, de García Márquez; un libro que en el fondo es un poema de amor a Santa Marta, su “Santa Marta del mar y de todos los mares”; una novela llena de poesía donde el autor utiliza todas las técnicas; un libro que tiene la arquitectura de la vida, formada por retazos no coherentes que no están enmarcados dentro de un tiempo específico; un poema al mar, a sus amigos, a sus personajes (su padre, Alberto Lleras, los niños Ernesto Aparicio Concha y Pedro Julián Tamayo, asesinados en 1957 por las bayonetas de la dictadura); un exorcismo de sus propios demonios interiores; una revelación de la vida secreta de los seres humanos; un poema a su primer amor, Vulcana Manjarrés, a quien amó desde cuando él era niño, y con quien cogido de la mano se adentraba en el mar, Vulcana, su amor hasta los doce años cuando viajó con su familia a Estados Unidos y se le perdió hasta aquella noche negra de 1983, treinta años después, cuando él soñó que, siendo ya adultos, iba con ella de la mano caminando hacia el fondo del mar, pero Vulcana aparecía sin cabeza. Entonces le entró la obsesión por averiguar por ella y, estando tras su rastro, al día siguiente, abrió el periódico y se encontró con la noticia: Vulcana Manjarrés había sido asesinada en su perfumería en Medellín.
Ese trauma, unido a las vivencias de esa Santa Marta que, desde niño, le había enseñado a soñar, le produjeron una epifanía hace siete años, cuando sentado frente al mar de su ciudad se le vinieron a la cabeza de un solo golpe todas las ideas y vio clara esa novela recorrida por aquella canción que le evoca a su primer amor (“espérame entre palmeras/ como la primera vez”); que comienza con el recuerdo de Vulcana; que sigue con sus vivencias de las vacaciones de su niñez y adolescencia transcurridas en la ciudad; que termina con la pesadilla de su muerte; y que cierra con una frase bella y similar a la que concluye su poema El sueño y la ceniza, escrito en medio del dolor que le causó la noticia del homicidio de su primera novia: “Mi infancia se quedó detenida para siempre en la esquina del mar”.
En fin, es mucho lo que puede escribirse de esta novela. Pero la limitación del espacio sólo me permite anotar una cosa: ¡que vale la pena leerla!