Entrevista a Orlando Mejía Rivera

Orlando Mejía Rivera

El rebelde de Cronos
Por Marcos Fabián Herrera Muñoz*

Dueño de una de las obras más osadas en las letras colombianas, Orlando Mejía Rivera alimenta sus libros con el rigor de quienes bañan las palabras con la savia del humanismo. Conocedor de los silenciosos caminos que se trenzan entre la ciencia y el arte, este médico internista, filósofo y escritor, ha transitado con versatilidad los diversos géneros literarios. La vindicación de la tradición como inagotable fuente creativa y el aliento poético que emana de cada aventura con la historia y sus meandros, son algunos de los referentes visitados en este diálogo.

Sus temáticas y obsesiones literarias lo alejan del escritor instintivo y silvestre y obligan a pensar nuevamente en la literatura nutrida de humanismo y tradición. ¿Ésta excentricidad surge del empeño en tomar distancia de lo frívolo y provincial?
Es cierto. Nunca creí en la actividad literaria entendida como una especie de acto espontáneo nacido de la “inspiración”. Como decía Hemingway, recordando a su maestro Faulkner: la inspiración representa el 10% de la escritura y el 90% es “transpiración”. Es decir, arduo y concienzudo trabajo intelectual. Me molesta esa tendencia en escritores de mi generación y, en especial, en las nuevas generaciones, que no solo leen poco, sino que se ufanan de su ignorancia ante la cultura literaria. Algunos se atreven, incluso, a decir que no leen para no ser influidos por otros en la elaboración de su propia obra. Recuerdo con frecuencia a Borges cuando refiere que la literatura son cuatro o cinco metáforas que se han contado, de infinitas maneras, desde los comienzos de la especie humana. Por ello, hay que conocer muy bien las formas como otros han descrito las temáticas inagotables: la muerte, el amor, la traición, la desesperanza, la ensoñación, etcétera. En relación con la “frivolidad y lo provincial”, pienso que se confunde a la “levedad” (que es una categoría estética fundamental en la escritura que se opone a la “pesadez” como lo analizó de manera brillante Italo Calvino) con lo “chabacano”. Lo “provinciano” no es un asunto geográfico, sino mental. Los escritores más “provincianos” de Colombia los he conocido en Bogotá, pues algunos de ellos todavía creen en la arcaica división de “centros” y “periferias”. Con la globalización del conocimiento virtual, ya no existen esas barreras decimonónicas, que estaban sustentadas en que la información y los conocimientos llegaban en diferentes tiempos a las ciudades y a las aldeas.

¿Su ensayística hace de la especulación y el asocio de ideas la savia de la escritura?
El Jardín de Mendel es un ensayo de divulgación científica y La muerte y sus símbolos un ensayo de antropología filosófica. Sin embargo, ambos están inmersos en mis convicciones de lo que debe ser un ensayista: un escritor que se atreve a intentar unir mundos diferentes, por medio de asociaciones poéticas y cognitivas, sin que le tema a la dictadura de los especialistas, que saben mucho de una sola cosa, pero terminan olvidando para qué saben tanto de ello. En mi adolescencia leí con pasión a poetas y narradores, pero también a los historiadores de la ciencia y a filósofos como Platón y Russell. Eran saberes distintos y yo los percibía como complementarios. Mis amigos poetas se burlaban de mis lecturas científicas, mis compañeros del club de ciencia se reían de que yo siguiera “perdiendo el tiempo” con los poemas de Neruda o Vallejo. Entonces, compré un libro (que todavía lo tengo) editado por el Fondo de Cultura Económica, titulado La filosofía helenística de Alfonso Reyes, en su primera edición del año 1959. Allí, en un breve prefacio titulado por el escritor mexicano como “Noticia”, leería uno de los argumentos más poderosos para continuar con mi vocación de “querer saberlo todo”. Reyes se queja de los eruditos en filosofía griega que se han burlado de su libro La crítica en la edad ateniense (1942) y que le recomiendan, al parecer, que escriba de temas que no tengan que ver con un campo de especialistas como el de ellos. Pero el escritor reivindica su derecho a leer y escribir de lo que ama y agrega este párrafo contundente: “El especialista podrá considerarnos acaso con alguna conmiseración, como nosotros a él, por nuestra parte. Pero andamos por la tierra algunos especialistas en universales”. Eso quiero ser yo como escritor —me dije con una emoción que sigo teniendo hoy a mis cincuenta años— un narrador “especialista en universales”. De allí mis búsquedas diversas y las asociaciones que provienen de disímiles disciplinas intelectuales. 

¿El paralelismo histórico en Pensamientos de guerra pretende provocar la reflexión sobre la forma en que el drama bélico signa los tiempos?
En parte sí, pero quizá la idea va más allá. En esta novela muestro un anónimo profesor universitario de un país que nunca nombro de manera explícita, pero que los lectores identifican con Colombia, secuestrado y vejado por unos individuos que jamás revelan quiénes son ni porque le han hecho a él esto. De otro lado está la figura histórica del filósofo Wittgenstein, que se va de voluntario a combatir en la primera guerra mundial, como soldado raso, con la ilusión de que la inminencia de su muerte le permita, de manera paradójica, encontrarle el sentido a su vida. La guerra y la violencia en nuestro país parecen ser un “dispositivo automático” de mecanización infame que hemos terminado transformando en un “destino” colectivo. Es la violencia como “fin en sí misma”, un ritual que ya no es ni siquiera ideológico y pragmático, sino “paranoico” y “patológico”.

En Manicomio de dioses el divertimento y la sabía confusión hacen de la suyas. ¿Es  la minificción un género para entrenar al lector obligándolo a sortear trampas?
Las “minificciones” son un género literario autónomo, que requiere un proceso especial de escritura, como un tipo particular de lector. A mí me han fascinado siempre como lector y también como escritor de ellas. La clave del “divertimiento” de Manicomio de dioses está, a mi modo de ver, en lo siguiente: el humor negro es la matriz donde surgen todos los minicuentos, usando los instrumentos de la parodia, el sarcasmo y la ironía. Manicomio de dioses requiere un lector cómplice que conozca, ojalá, los textos originales que luego yo transformo en finales distintos o interpretaciones diferentes a las históricas. La unidad conceptual del cuentario podría sintetizarse así: todo puede ser vuelto a leer de otra manera, el humor negro es un huracán que derrumba los más sólidos edificios de las ideologías, las religiones y las creencias antropológicas y personales. Pero también este es un libro donde primero que todo me burlo de mí mismo, como una terapia higiénica necesaria para podar las ramas de ese frondoso árbol del “ego” que tenemos todos los escritores. La brevedad no es facilidad. Para mí es lo contrario.

¿Al novelar la vida de Arthur Rimbaud en El enfermo de Abisinia, le fue necesario advertir más en sus azarosas vivencias que en su obra poética?
Me interesaba recrear sus últimos años en Abisinia y bucear en sus mitos biográficos: traficante de armas y esclavos, vendedor de café, heterosexual tardío, aparente sifilítico crónico. Sin embargo, mostrar esa etapa de renuncia a su destino de poeta francés lleva también a iluminar, en mi concepto, el sentido profundo de su poesía. En ese sentido, la breve obra poética de Rimbaud está presente en la novela de una manera implícita cuando lo muestro huyendo de su destino de escritor. Ahora bien, el núcleo de esta novela nació de una hipótesis clínica que me surgió como médico especialista en medicina interna: la mayoría de sus biógrafos aseguran que su comportamiento extraño, en la segunda etapa de la vida, se debió, en buena parte, a una sífilis crónica que debió adquirir en sus aventuras amatorias con Verlaine. Una tarde, pensando en un ensayo crítico sobre Rimbaud, revisé el archivo de sus fotografías que he acumulado durante varios años y me llamó la atención una de ellas tomada por él mismo en los desiertos de Abisinia. Encontré un tinte azuloso-grisáceo en su piel y los cabellos grises casi por completo. Entonces, sentí una opresión en el corazón de la emoción, pues descubrí unos signos clínicos que podrían indicar que la enfermedad crónica de Rimbaud fue otra.

El quiebre de las temporalidades y las imprevisiones historiográficas identifican sus cuentos. ¿En El Asunto García éste recurso busca explorar el azar que determina la historia?
El asunto García es un cuento escrito dentro de las coordenadas de la Ciencia-Ficción y de un subgénero de ella que se conoce como: Ucronías. Desde el punto de vista técnico la ucronía surge de la siguiente pregunta: ¿Qué pasaría sí…? En este caso mi pregunta fue: ¿Qué pasaría si el nueve de abril de 1948 no hubiesen asesinado a Jorge Eliécer Gaitán, sino a otra persona, por equivocación, que en un futuro fuera muy importante para el país? Bien, desde ese interrogante se desarrolla todo el cuento cuyo final ya tú conoces. Las ucronías me encantan y como un buen lector de Ciencia-ficción pienso que tenemos toda una enciclopedia histórica para narrarla en formato de ucronía. De hecho, en los últimos años las ucronías han sido usadas por los historiadores, no como ficción, sino como hipótesis de interpretación alternativa de lo histórico y ya se escriben libros de “historia contrafáctica” que son muy valorados.
Este cuento ha sido mi relato más conocido, publicado en distintas antologías y traducido a varios idiomas. A veces pienso, que la razón de ello es que el filón de la ucronía no está bien explorado en la literatura escrita en español y quizá aquí hay una veta creativa que aguarda más cuentos y novelas de temática ucrónica.

¿La escritura de Recordando a Bosé responde al  reclamo hecho a todo escritor de reivindicar su pasado y su origen telúrico? 
Así es. Aunque toda literatura es autobiográfica, así uno esté escribiendo de extraterrestres en Júpiter o de Galeno en la Roma antigua, es cierto que Recordando a Bosé es mi novela más autobiográfica, donde traté de hacerle un homenaje a la Manizales de mi adolescencia y a una época ubicada a comienzos de los años ochenta. Al contrario de las otras novelas donde hay una fase investigativa previa amplia y detallada, en esta quise que fuese solo mi memoria de los hechos recordados, la fuente exclusiva de su trama y escritura. El tema de recordar el “tiempo vivido” la hace, en otro contexto, mi novela proustiana. De hecho, estoy convencido que los escritores somos unos individuos que nos negamos a aceptar nuestra adultez y añoramos, de manera persistente, nuestra infancia y adolescencia. Los escritores somos adolescentes perpetuos que a través de la escritura escapamos, por momentos o periodos, del mundo envilecido y pragmático de los adultos. 

¿Ha sido el ensayo el género que le ha permitido conjuntar la medicina y la literatura?
Como ya te mencioné, la medicina está presente en todo lo que escribo, incluyendo el ensayo, la novela, las minificciones, y los cuentos. De igual manera, lo literario está mezclado también con mis libros de historia de la medicina o de divulgación científica. En mi caso, cada línea que he escrito, de cualquier género, la he hecho en mi condición indivisible de “especialista en universales”. Quisiera llegar a ser, como una meta utópica, un auténtico enciclopedista de la imaginación. Sin embargo, soy consciente de la sonrisa irónica de la muerte, que nos acecha al lado de nuestras ensoñaciones. Los escritores somos los hijos rebeldes que el Dios Cronos no alcanzó a devorar.
*Escritor y periodista colombiano