Julio Ramón Ribeyro



Por M. Ángeles Vázquez

La escritora española M. Ángeles Vásquez, Licenciada en Filología Hispánica de la Universidad Complutense de Madrid y directora de la revista cultural Ómnibus, así como de la Editorial Mirada Malva, envía este ensayo exclusivamente para Con-Fabulación, sobre uno de los grandes cuentistas latinoamericanos: el peruano Julio Ramón Ribeyro.


Al llegar los años 50, la economía peruana se orienta hacia un tipo de mercado diferente, es decir, el que se exige del flujo de los hombres del campo hacia la ciudad. Estos problemas migratorios plantean en los narradores una visión social y cultural diferente, por lo que el problema indio que originó la literatura indigenista se ve desplazado para dar paso a una nueva narrativa urbana neorrealista, que será suscrita en las primeras manifestaciones literarias de Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), Enrique Congrains y parte de la obra de Mario Vargas Llosa, y de carácter neoindigenista con Carlos Eduardo Zavaleta, un segundo José María Arguedas y Eleodoro Vargas Vicuña. El conflicto del obrero y el campesino en lucha se desplaza para presentar los problemas surgidos de las ciudades en crecimiento, de las barriadas, del "lumpen" producido por la emigración brotada en esta década.
Los escritores son los que liberan la prosa del manierismo modernista y del criollismo y los que asimilan la narrativa contemporánea consumada en Europa y Estados Unidos desde 1910 a 1940: ya no se limitan a plasmar un ámbito social específico, sino que producen sus textos a partir de todos los estratos sociales surgidos de una colectividad tan policroma como la peruana, con un discurso narrativo renovado.
En Perú comienza un proceso "reformista" y contradictorio durante el gobierno de Velasco (1968-1975) afectando especialmente a la clase terrateniente, que no solo crea el entorno de la cuentística peruana de esos años sino que  produce una consecuente tensión entre literatura y sociedad. Estos procesos de cambios sociopolíticos se darán también en varios países, destacando la experiencia socialista de Salvador Allende en Chile y la tan simbólica revolución del mayo 68 en Francia, ensayo subversivo asumido por muchos de los intelectuales y pensadores latinoamericanos. Es en Perú en estos años donde se conforma una nueva generación de narradores. Se publican obras tan significativas como La casa verde de Mario Vargas Llosa, Huerto cerrado de Alfredo Bryce Echenique o Cuentos al pie del mardel neorrealista José Hidalgo. Fuera de las fronteras peruanas aparecerá Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.
Es principalmente en las ciudades donde se establece el proceso de modernización de la sociedad peruana y la disolución del viejo orden oligárquico con el consecuente reflejo en la literatura. Coincidiendo con la descomposición del boom, las figuras centrales de la década del 50,  como Luis Loayza, Carlos Eduardo Zavaleta, Enrique Congrains Martín, Sebastián Salazar Bondy y Julio Ramón Ribeyro, aportan una obra relevante y prolífica a la narrativa peruana donde nos muestran,  -Zavaleta y Ribeyro especialmente-, la asombrosa facilidad con la que toman los ambientes urbanos sin olvidarnos de una actitud crítica frente a la realidad peruana. No obstante, será en la década de los años 60 cuando a Ribeyro se le reconozca internacionalmente como un escritor de prestigio y cuando se le indemnice del silencio al que la crítica le había sometido.
Mucho se ha hablado del efecto castrador que no sólo en Perú, sino en México, Argentina, Chile o Colombia produjo el boom. En el caso concreto peruano,  lejos de visiones macrosociales, de intentos totalizadores1 se postula por iluminar a los sectores marginales, minoríascuya poética  trata de representar espacios conflictivos que ilustran testimonios de la violencia que se vive en ciertas zonas, o reivindican la visión del mundo de la comunidad negra. Estos ejemplos, muestran, de alguna manera, cómo la narrativa peruana ha ido participando de ese espacio reducido que le ha dejado el boom para crear a su modo, las condiciones para que la generación posterior encuentre su propia voz e identidad. Este desplazamiento de la población a las ciudades plantea fundamentalmente un empobrecimiento físico y moral. Y este sufrimiento de los más desfavorecidos es el que Ribeyro recogerá en sus textos.
Como bien apunta la profesora Eva Valero, años antes ya Martín Adán2 inaugura una visión dolida de una Lima en transformación. Dos décadas más tarde, en 1953, Julio Ramón Ribeyro escribía el artículo “Lima, ciudad sin novela”, donde lanzaba el reto para que alguien se decidiera “a colocar la primera piedra”3  ante la urgencia de plasmar la nueva geografía social de una Lima que se modernizaba de espaldas a su verdadera democratización. Así nuestro escritor, inicia con la publicación en 1955 de Los gallinazos sin plumasuna vigorosa narrativa urbana que daría lugar a una completa radiografía literaria de la Lima moderna. Entre su extensa producción cuentística destacan Cuentos de circunstancias (1958), Las botellas y los hombres (1964), Tres historias sublevantes (1964), La juventud en la otra ribera (1973) y Sólo para fumadores (1987), entre otros. En 1992 Ribeyro, no en vano, reúne sus cuentos en La palabra del mudo, donde trata de reconstruir  la voz de aquellos que nunca la tuvieron, a los desechados, a los que sufren de soledad y de una vida gris. «Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias» dirá el escritor.
Incursionó en el teatro sin mucho éxito con Santiago el pajarero 4 (1960) y Atusparia (1981). Estos dos dramas se basan en personajes históricos del Perú que se rebelan contra el orden establecido. En el primero, un inventor se enfrenta a los dogmas de la religión. En el segundo, un cacique se opone a los abusos contra los indígenas. Se sabe que el autor pretendía crear una trilogía, que se cerraría con una obra sobre Sócrates.
Y como un macrocosmos de la realidad peruana de entonces publica las novelas Crónica de San Gabriel, Los geniecillos dominicales y Cambio de guardia. En el año 1992 aparecerá en Lima La tentación del fracaso, su diario.
En 1948, abandona los estudios de leyes por la literatura, año en que el general Odría da un golpe de estado que depone a Bustamante. El ochenio odriísta se caracteriza por la ausencia de libertad y por una significativa sequía cultural. En estas circunstancias, Ribeyro viaja a España becado para estudiar Periodismo. De ahí una travesía por diferentes ciudades europeas, para finalmente permanecer en París 5 durante más de 30 años hasta su regreso a Lima en 1992, dos años antes de su fallecimiento.  
Escritor de fragmentos, como él mismo se definía, su obra está representada por una prosa austera y sin experimentalismos, influencia del realismo del siglo XIX y sobre todo de Maupassant (exceptuando el cuento “El carrusel”). Puede que la muerte de su padre cuando tenía 15 años y la procedencia de una familia limeña venida a menos tuvieran una importante significación en su visión del mundo. Surgen por tanto en su narrativa una serie de personajes oprimidos y desamparados, donde cualquier ilusión o esperanza, por difusa que sea, es inalcanzable. En “Los gallinazos sin plumas” Ribeyro enfrenta el infortunio de los marginados como la otra cara de la modernización y será la representación del cerdo, la quimérica fortuna que nunca llega. Realmente, no hay salida para la miseria. Es, más que un alegato sobre el mito de los inocentes, una crítica feroz a lo que significa el abuso de poder contra los más desprotegidos.
Así tenemos a una galería de personajes “excluidos del festín de la vida” como el funcionario anodino Arístides de “Una aventura nocturna”, seres grises y frustrados como “El profesor suplente”, seres incapaces de tomar las riendas de su propio destino como el hombre de “La insignia” o la alienación sufrida por el personaje de “El embarcadero de la esquina”, ejemplos que muestran sin pudor el mundo degradado y cruel que le rodea.
El espacio de la inmigración y la formación de las barrios y las zonas marginales como los llamados Pueblos Jóvenes, han sido recreados por Ribeyro en cuentos como “Al pie del acantilado”, donde la barriada que desciende como un torrente hacia el mar es finalmente desalojada por los magnates del poder económico. En “De color modesto” Ribeyro revive esa mirada que yuxtapone el espacio privado del goce y la opulencia a la realidad del espacio público reprimido. Desde la terraza de la mansión miraflorina, su protagonista nos descubre en la calle la otra cara de la ciudad, la misma que en “Los gallinazos sin plumas” se organizaba como ciudad sumergida o clandestina colocada en el centro de la escena: “En la calzada se veían ávidos ojos, cabezas estiradas, manos aferradas a la verja. Era gente del pueblo, al margen de la alegría”6.
Surge así la nueva Lima como ciudad desordenada y caótica, como protagonista fundamental para fecundar, con su espectro de contradicciones y miserias, la futura novela urbana que quería Ribeyro, y que muy pronto vería la luz en títulos de Vargas Llosa como La ciudad y los perros o Conversación en la catedral, para desarrollarse después en la obra de no pocos narradores peruanos de la segunda mitad del siglo XX.” 7. La distancia le impedía captar la ciudad en su inmediatez y el cuentista, en aquellos últimos años de su vida, acentuaría el recuerdo y la nostalgia para trazar la Lima de la memoria en sus Relatos santacrucinos o intensificar el tono reflexivo y confesional de su última escritura autobiográfica en La tentación del fracaso.
A pesar de que el espacio natural de Ribeyro es la ciudad de Lima, encontramos en su obra nuevas temáticas: textos de carácter fantástico como  “La insignia”, “Doblaje”, “La molicie” o “Ridder y el pisapapeles, o intentos referidos a las tres zonas del Perú (la sierra, la costa y la selva) en “Tres historias sublevantes”. Las clases burguesas venidas a menos y la consecuente decadencia familiar en textos como “El polvo del saber” donde Ribeyro refleja el crepúsculo de las capas medias como consecuencia de esa frenética carrera hacia la modernización. En este caso la reliquia es la biblioteca del patriarca de la familia. Encontramos también la reflexión trágica sobre la existencia en “El ropero, los viejos y la muerte”, donde el armario es un espacio íntimo familiar y donde el espejo ejerce la función de absorber no solo su propia realidad sino la de todos sus antepasados.
Un inmenso universo narrativo en definitiva que muestra sin pudor el sentimiento maligno que desvaloriza al hombre inmerso en un mundo destructivo, complejo y sin sentido.

1. Véanse obras como Conversación en la catedral o La casa verde de Vargas Llosa o Un mundo para Julius de Bryce Echenique.
2. Una de las grandes voces de la poesía peruana y uno de los estandartes de las vanguardias latinoamericanas, que luchará contra el concepto tradicional de la creación literaria con obras tan extraordinariamente singulares como La casa de cartón (1908).
 3.Julio Ramón Ribeyro, “Lima, ciudad sin novela”, en La caza sutil, Lima, Milla Batres, 1976, págs. 15-19. [El Comercio, Lima, 31 de mayo de 1953]
4. Según información recibida del periodista y escritor Carlos Meneses, amigo personal de Ribeyro, el grupo Histrión, encabezado por los hermanos Velásquez, fue el encargado de dar a conocer los auténticos valores de Santiago el pajarero.
5. Véase la crónica de Carlos Meneses “Conversaciones en París 1961 con Julio Ramón Ribeyro” en Ómnibus n. 9, mayo 2006,
6. Julio Ramón Ribeyro, “De color modesto”, Cuentos completos, ed. cit., pág. 195.